En contraste con los judíos anticristianos, somos la circuncisión, que adoramos por el Espíritu de Dios (cuya adoración es inspirada por el Espíritu Santo), y nos gloriamos en Cristo Jesús (no en Moisés, el Templo, etc.), y tenemos falta de confianza en la carne (en cualquier privilegio externo o actuación). Aquí el Apóstol golpea la corriente de su propia experiencia, que lo arrastra por el resto del capítulo.

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