(4) Pero si, mientras buscamos ser justificados por Cristo, nosotros también somos hallados pecadores, ¿es por eso Cristo ministro del pecado? Dios no lo quiera.

(4) Antes de continuar, se encuentra con la objeción que aborrece esta doctrina de la justificación gratuita por la fe, porque, dicen, los hombres se apartan por este medio de la realización de buenas obras. Y de esta clase está la objeción: si los pecadores fueran justificados por medio de Cristo por la fe sin la ley, Cristo aprobaría a los pecadores y, por así decirlo, los exhortaría a pecar por su ministerio.

Pablo responde que esta conclusión es falsa, porque Cristo destruye el pecado en los creyentes: porque así, dice, los hombres huyen a Cristo por el terror y el temor de la ley, para que, siendo absueltos de la maldición de la ley y justificados, sean salvado por él. Y además, juntamente comienza en ellos poco a poco esa fuerza y ​​poder suyo que destruye el pecado: para que este anciano, abolido por el poder de Cristo crucificado, Cristo viva en ellos, y ellos se consagren a sí mismos a Dios. Por tanto, si alguno se entrega al pecado después de haber recibido el Evangelio, no acuse a Cristo ni al Evangelio, sino a sí mismo, porque destruye la obra de Dios en sí mismo.

(s) Él va de la justificación a la santificación, que es otro beneficio que recibimos de Cristo, si lo asimos por fe.

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