1-11 El cristianismo enseña a los hombres a estar alegres en los problemas: tales ejercicios son enviados por el amor de Dios; y las pruebas en el camino del deber iluminarán nuestras gracias ahora, y nuestra corona al final. Cuidemos, en tiempos de prueba, que la paciencia, y no la pasión, se ponga a trabajar en nosotros: todo lo que se diga o haga, que la paciencia se encargue de decirlo y hacerlo. Cuando la obra de la paciencia esté completa, proporcionará todo lo necesario para nuestra carrera y guerra cristiana. No debemos orar tanto por la eliminación de la aflicción, como por la sabiduría para hacer un uso correcto de ella. ¿Y quién no quiere sabiduría para guiarse en las pruebas, tanto para regular su propio espíritu como para administrar sus asuntos? Aquí hay algo en respuesta a cada giro desalentador de la mente, cuando acudimos a Dios bajo un sentido de nuestra propia debilidad y locura. Si, después de todo, alguien dijera: Este puede ser el caso de algunos, pero me temo que no tendré éxito, la promesa es: Al que pida, se le dará. Una mente que tiene una consideración única y prevaleciente de su interés espiritual y eterno, y que se mantiene firme en sus propósitos para Dios, crecerá sabia por las aflicciones, continuará ferviente en la devoción, y se elevará por encima de las pruebas y oposiciones. Cuando nuestra fe y nuestros espíritus se levantan y caen con segundas causas, habrá inestabilidad en nuestras palabras y acciones. Esto no siempre puede exponer a los hombres al desprecio en el mundo, pero tales maneras no pueden agradar a Dios. Ninguna condición de vida es tal que impida regocijarse en Dios. Los de bajo grado pueden regocijarse, si son exaltados para ser ricos en la fe y herederos del reino de Dios; y los ricos pueden regocijarse en las providencias humillantes, que conducen a una disposición humilde y baja de la mente. La riqueza mundana es una cosa marchita. Entonces, que el rico se regocije en la gracia de Dios, que lo hace y lo mantiene humilde; y en las pruebas y ejercicios que le enseñan a buscar la felicidad en y de Dios, no de los goces perecederos.

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